Sobre mi

Mi foto
30 Profesionista

Historias de Amor y Muerte. 2: "DESTINO"

"DESTINO"

David era uno de esos hombres de pocas palabras; alto, blanco, delgaducho, cabello marrón disparejo cual si el mismo lo hubiera cortado, ojos grandes y negros como el azabache, pero hundidos lo que le daba el aspecto de estar siempre cansado. Después de pasar 3 años viviendo en casa de su madre en su pueblo natal había decidido que para la preparatoria iría a la ciudad a vivir con su padre pues eso le facilitaría la entrada a la universidad. Toda la vida había querido ser un cirujano famoso y reconocido igual que su abuelo y su padre, cosa que a su madre desagradaba pues decía que los médicos se vuelven locos de tanto convivir con la muerte. Así, preparó sus maletas llenas de ropa perfectamente limpia y planchada, su computadora, su teléfono, algunas fotografías, algo de dinero, sus libros favoritos, y esa medalla de la  que colgaba un crucifijo perfectamente detallado, hermoso, que le recordaba siempre a su madre; y después de recibir consejos y bendiciones llenos de lágrimas, se despidió de esa mujer que había visto por el toda la vida y partió hacia lo que el destino había preparado para él.
Pronto se había instalado en la casa de su padre, cuya hermosa fachada le recordaba a esas mansiones de los ricos de su pueblo natal; y a pesar de que a lo largo de su vida había convivido muy poco con él, llevaban una relación cordial pero sin mucho amor. A pesar de eso, se acostumbraron pronto a cenar juntos todas las noches, con un breve intercambio de los hechos del día y alguno que otro comentario sobre los libros que estaban leyendo, pues ambos compartían un fanatismo casi enfermizo por la lectura.
Pocos días después dio comienzo el colegio. Un poco nervioso, pero muy seguro de sí, David entró al recinto. Nunca había estado en una escuela tan grande; viviendo siempre en provincia, sus grupos no eran de más de 20 alumnos. Miraba fijamente a todas y cada una de las personas con las que se cruzaba, intentando decidir quién sería el más adecuado para iniciar una conversación. Pero en uno de esos instantes de perdición, su mirada llegó hasta la figura más hermosa que jamás habían visto sus ojos: Alta y espigada, cabello cobrizo, piel blanca y suave; sus ojos verdes, cual pequeñas joyas de jade y una sonrisa tan blanca como las nubes que cruzaban de vez en cuando esa mañana. Una poderosa palmada en la espalda lo trajo de vuelta de su ensueño, mientras una voz potente pero alegre le decía: Mi amigo ni te fijes en ella…!  Hace un momento la vi abrazándose muy afectuosamente con un muchacho en la entrada de la escuela...

David volteó entonces y se encontró con un hombre alto pero a diferencia de él, más robusto,  blanco, de cabello y ojos achocolatados y llenos de un brillo inusual. Le pareció que de algún modo ya se conocían (quizá en otra vida pensó), lo que le hizo confiar en el joven más que de lo que nunca había confiado en nadie jamás. El sentimiento fue mutuo. –Roberto Soberón Dijo el muchacho mientras le extendía la mano a David. –David Vera mucho gusto. Así sin más comenzaron a hablar de sus familias, de sus anteriores colegios, de sus lugares de origen, de sus sueños, de la vida, de la muerte, y por el resto del día que continuaron en la escuela, no se volvió a mencionar a la mujer que sacó de su centro a David. Fue hasta la siguiente mañana, cuando David la vio pasar con su aire imperturbable y su sonrisa de nubes que se aventuró a preguntar por ella a su recién adquirido amigo. –Si claro, de hecho la conozco desde hace mucho, es originaria de un pueblo cercano al mío y como te dije ayer, la vi abrazando muy afectuosamente a un chico afuera… pero si tanto insistes te la presentaré. Después de esa breve charla David no pudo estar tranquilo, teniendo presente la certeza de que tendría la oportunidad de conocer a esa mujer que le había robado el aliento con su sola figura. (Será esto lo que llaman amor a primera vista?, se preguntaba a sí mismo). Y con la mente enfrascada en esos cuestionamientos transcurrió la mañana hasta que llegó la hora en que salía el turno matutino  y entraba el vespertino. Se apresuró a seguir a su amigo y mientras intercambiaban sus consejos sobre cómo acercarse a las chicas, ambos trataban  de localizar a la joven con toda la intensidad de la que eran capaces sus sentidos. Sus esfuerzos pronto dieron resultado y la avistaron junto a otra mujer (linda pero no a su altura… pesaba David) mientras caminaban hacia la puerta de salida entre una marea de estudiantes ansiosos por irse a casa o a alguna fiesta de inicio de cursos. Apresuraron entonces el paso, pero no las alcanzaron hasta que todos estuvieron fuera de la escuela. -Helena!!! Gritó Roberto con su potente voz. Ambas jóvenes voltearon y entonces ocurrió uno de esos momentos que se quedan grabados en la mente como un tatuaje en la piel. Esos hermosos ojos de jade se cruzaron con los de azabache de manera tan intensa que David sintió que se le cortaba el aire. Como en cámara lenta, vio reducirse poco a poco la distancia que los separaba y cuando por fin la tuvo en frente no pudo evitar su nerviosismo… -Helena mi amigo David, David ella es Helena… -Un placer… contestó la chica. (Que voz tan suave… es como un susurro pensó). Y después de que los viejos conocidos intercambiaran noticias y números de teléfono, se despidieron todos; y con una breve sonrisa y una mirada coqueta y dulce especialmente dedicada a David, Helena giró sobre si con su cabello ondulado color cobre y junto a su amiga se alejó hasta perderse en la esquina de la calle mientras David sin dejar de mirarla, trataba de grabar en sus recuerdos, ese perfume de flores que se iba con ella…

Así pasaron algunos días. David la observaba cada día salir del colegio junto a su amiga y perderse en aquella esquina. Para fortuna suya siempre que cruzaban sus miradas, el recibía como premio a su fanatismo una hermosa sonrisa de la muchacha. Una tarde calurosa de abril, de esas en las que solo caminar resulta agobiante; se cruzó con ella en uno de los pasillos del colegio. La encontró sentada sola y con sus ojos de jade bañados en lágrimas. Tal imagen le provocaba una sensación de impotencia y tristeza: Haría cualquier cosa por ver su sonrisa de nube otra vez! –pensó. Se sentó junto a ella en una de las bancas despintadas que se encontraban perfectamente mal distribuidas alrededor del colegio, acomodó un mechón de cabello cobrizo de la mujer para descubrir su hermoso rostro y la rodeó en un abrazo tan cálido y tan lleno de amor y devoción que la muchacha se soltó a llorar con tal fuerza que David no pudo contenerse y lloró junto a ella. Una vez que ambos se tranquilizaron, comenzaron a hablar de ellos mismos y así, David supo que el padre de Helena estaba muy enfermo, que su novio era uno de esos hombres con tan poca confianza en si mismo que cuyos celos caían en lo enfermizo,  que su color favorito era el azul, que odiaba las tardes ventosas y los grillos porque no dejan dormir y que su sueño más grande era convertirse en la mejor oncóloga y así ayudar a su padre. Tenían tantas cosas en común que parecía casi extraño, incluso su fecha de nacimiento era similar, solo tenían unos pocos días de diferencia. Casi una hora después sonó el timbre que anunciaba el final de las clases del turno matutino, así que ambos intercambiaron números telefónicos y un breve beso en la mejilla que dejó tan anonadado a David como cuando sus ojos habían mirado a Helena por primera vez. Una vez más fue la potente voz de Roberto lo que lo trajo de vuelta a la realidad: -Caray! Ya he visto porque no has regresado a clases! – Dijo sonriente mientras veía alejarse a la bella joven. Y juntos salieron del colegio mientras David le contaba a su amigo sobre su breve entrevista con Helena con mayor entusiasmo del que hubiera querido demostrar.
Después de esa breve charla y una vez descubierto lo muy afines que eran, Helena y David comenzaron a frecuentarse a tal grado que parecía sorprendente que no fueran pareja. Sin embargo no era porque ambos no quisieran, si no por el peligro que representaba que Helena dejara a su novio, cuya reacción, la chica temía…

Helena salía con Javier desde hacía aproximadamente un año. Al principio era todo hermoso, de esos noviazgos limpios e inocentes. Después de seis meses de relación, Javier había cambiado tan radicalmente que daba miedo. Obsesivo, manipulador, celoso, agresivo y amenazante… a punto de dejar marcas permanentes en el hermoso rostro de Helena, sin embargo era tanto el miedo que ella sentía, que seguía su lado por temor a que el incurriera en actos aun más destructivos si lo dejaba.
Pero el tiempo pasaba, y David poco a poco se convertía en parte necesaria de su acontecer diario. Cada minuto a su lado, era como un respiro fresco fuera del difícil mundo que giraba a su alrededor, con un padre disminuido poco a poco por una enfermedad torutosa y un novio enfermo de celos. En cada pequeña mirada había un atizbo de amor creciente que ambos intentaban disimular; mas, llegaron a tal punto que se hizo necesario para ambos la presencia, el aroma, el afecto….
David por su parte, estaba enterado de todo lo que acontecía en la vida de la mujer que le robaba el sueño y su adicción por su sonrisa y su compañía le resultaba a veces dolorosa al saber que no podía tener su droga para el solo; que tenía que compartirla con alguien que concientemente la desperdiciaba.
Una tarde cálida de Junio, pero con un cielo cubierto de nubes anunciando próxima lluvia, tras pasar aproximadamente una hora hablando al finalizar las clases (Helena pretextando a Javier tareas interminables), tal y como siempre lo hacían desde hacia un tiempo; David tuvo uno de esos momentos de perdición: miró los bellos ojos de jade que lo tenían tan mereado y enfermo desde que los había visto por primera vez, miró el hermoso cabello cobrizo y perfectamente arreglado que se movía suavemente con el viento y recorrió lentamente con sus ojos esos labios rojizos, suaves, que cubrían la sonrisa de nubes que tanto amaba. Sintió entonces un deseo, un impulso incontrolable de besarlos, de hacer esos ojos suyos y entonces sin poder contenerse más, tomó el rostro nervioso de Helena entre sus manos y acercó el suyo lentamente, con el corazón latiendo a punto de explotar y el cerebro indomable. Con el más humilde amor, besó a la mujer de su vida, mientras la lluvia caía suavemente sobre ellos, llenando el vacío de ambos corazones torturados por la espera de aquel momento. Cada valioso segundo de tan intenso estallido de emociones quedó grabado en el corazón y la memoria de David para siempre…

En un estado de frenesí intenso, ambos volvieron a la realidad después de aquellos maravillosos minutos. Tengo miedo – Dijo Helena tamblando. El joven entonces la rodeó con uno de sus brazos, la besó en la mejilla y le dijo suavemente al oído: Yo siempre estaré para protegerte, no tienes por qué temerle más… - Podría matarte, no sabes de lo que es capaz… -Contestó ella. David entonces la miró a los ojos y le dijo tiernamente: -Sabes que te amo, te amo desde la primera vez que te vi… tu voz, tu sonrisa, tus ojos, tu esencia, tus lágrimas, tu alma, todo de ti… jamás voy a permitir que nadie te haga daño… pero si te sientes segura estando un tiempo más a su lado, yo te esperaré… esperaría toda una vida… simplemente porque eres lo que siempre he anhelado… Ella sonrió, acercó sus labios al oído del hombre que había robado su corazón y le susurró: -Yo también te amo… Se abrazaron fuertemente, se miraron nuevamente a los ojos y sellaron sus promesas con un beso sincero y apasionado.
David era desde entonces el hombre más feliz del mundo; a pesar de que su amada no era aun totalmente suya se sentía completo sabiendo que era a él a quien amaba. Esperaba con ansias el momento en que podría decirle al mundo que él era el dueño de los sueños de esa Diosa que caminaba cada mañana por los pasillos del colegio con su aire de dama imperturbable.
Pronto llegaron las vacaciones y dio fin el semestre. Para fortuna de ambos, Javier, novio de Helena, iría a pasar un par de semanas a casa de sus abuelos en el pueblo de su madre y ella se quedaría en la Ciudad para seguir al pendiente de su padre que pasaba más tiempo en los hospitales que en casa. David convenció a su madre, a costa de una grave discusión con ella, de quedarse con su padre durante el periodo de descanso alegando adelantar un par de materias que podría quitarse de encima en el semestre; sin embargo su motivo oculto y real era pasar esas semanas con su princesa (así le llamaba) sin tener que preocuparse de su competencia.
Durante esas dos semana de libertad, pasaron juntos cada minuto que les fue posible. Él pasaba por ella a medio día, después de que Helena diera de desayunar a su padre y lo dejara tomando su siesta de las 11 am., iban al cine a ver un par de películas o a pasear por los jardines del centro, comían en el restaurante favorito de Helena, escuchaban música en algún café o en alguna plaza y terminaban sentándose a fuera de casa de ella, bajo el pórtico, refugiándose de la brizna o del aire comiendo helados o dulces, mientras platicaban de cualquier cosa tomados de la mano. Cada beso de despedida era un suplicio… ya no podían estar el uno sin el otro.
El sábado antes del regreso de Javier, David había preparado en su casa, una comida especial para Helena aprovechando que su padre estaría todo el día fuera. Llegaron aproximadamente a las 3 de la tarde con un sol intenso cubriendo el cielo. La mesa del comedor estaba puesta: un mantel blanco bordado cuidadosamente por su madre y dejado ahí hacía años cuando aún estaba casada con su padre, platos y cubiertos de la vajilla para ocasiones solemnes, un par de copas, una botella de vino dulce y un enorme ramo de orquídeas y rosas (las favoritas de Helena) sobre la silla en la que ella se sentaría. La chica miró todo con ojos maravillados y sin poder contener su emoción, besó a David con lágrimas corriendo por su hermoso rostro. David le indicó sentarse mientras el ponía música suave. Después se dirigió a la cocina a calentar el platillo que había pasado toda la mañana preparando siguiendo las instrucciones precisas de su madre por teléfono y sirvió ante la expresión sonriente de su princesa, porciones suficientes para provocar un dolor de estómago en ambos. Comieron lentamente mientras reían y charlaban de cosas sin sentido; él destapó la botella antes de que terminaran y llenó ambas copas y bebieron el vino poco a poco. Pasadas varias horas de conversación de múltiples temas, recogieron la mesa y se sentaron en el sofá de mayor tamaño de la sala. Helena con expresión un poco más seria comentó: -Mañana hablaré con él, no puedo tolerar un minuto más sin estar a tu lado…David con los ojos brillantes abrazó a Helena fuertemente y le dijo –Me has hecho el hombre más feliz! Yo te voy a proteger…Te amo… te amo tanto!! Tomó entre sus brazos a la bella dama y comenzó a besarla; primero en la frente, luego en las mejillas, en el cuello, en sus hombros y en sus labios…Y con cada beso,  se llenaban los espacios vacíos que ambos tenían en el corazón. David recorrió suavemente ese cuerpo perfectamente bien delineado, grabó en su sistema cada aroma, cada tacto y la voz de su amada recitando una y otra ves –Te amo… Besó cada curva que encontró a su paso y cada vez que llegaba hasta sus oídos nuevamente… él también le decía cuanto la amaba… Hizo suya cada fracción de Helena y mientras el sol se ponía, cayeron en el éxtasis del alma mientras se miraban a los ojos expresándose en silencio la profunda devoción que sentían el uno por el otro.

Esa noche David no pudo dormir.
Alrededor de las 6 de la tarde, Helena recibió el temido mensaje: -Nos vemos en el jardín de siempre dentro de 10 minutos… Javier. Suspiró hondo, se despidió de su padre diciéndole lo mucho que lo amaba, se persignó antes de cruzar la puerta que daba hacia la calle y salió a confrontar sus temores. El jardín era un lugar solitario, pequeño, decorado hermosamente con múltiples flores de todas clases y prados verdes, árboles viejos y altos, algunas bancas oxidadas y despintadas y una fuente en desuso desde incontables tiempos. Javier estaba sentado en la misma banca que invariablemente elegía, sin ningún árbol cerca, esperándola con sus ademanes hombre inalcanzable. Ella se acercó lentamente y se sentó junto a Javier, esquivó el beso que él pretendía darle en los labios y dijo con su voz de susurro las temidas palabras: -Tenemos que hablar…  Al finalizar la tarde, el parquecito quedó teñido de rojo…

David miró con ojos insanos a su amigo Roberto cuando le dio la noticia. Helena estaba muerta? No!!! Eso era mentira!!! Su diosa imperturbable!! Su sonrisa de nubes!! Su princesa!!! Su princesa no!! Tan poco tiempo a su lado y tanto el amor que sentía por ella. No había en quien verter su odio, su tristeza… porque Javier también estaba muerto.  Después de robar el último aliento de la joven mujer con sus manos asesinas, Javier corrió aterrorizado hacia su casa, confesó su crimen a su madre y encerrado en su alcoba tomó una dosis letal de pastillas para dormir… y durmió para siempre.

David asistió al funeral, estaba perdido como si no estuviera en este mundo… Con sus ojos de azabache desorbitados, inmóvil, pálido. Escuchó las palabras del sacerdote y esperó a que el cementerio quedara vacío. Colocó el ramo de rosas y orquídeas que tanto le gustaban a Helena sobre su tumba y comenzó a cantar esa canción que era la favorita de los dos. Cuando hubo terminado, soltó a llorar hasta que las estrellas cubrieron el cielo y la luna iluminó la noche.

Pasó más de 3 semanas recluido en su cuarto. No comía, no quería ver a nadie. Su madre llamaba diariamente llorando y preguntándose que le había sucedido y su padre no se atrevía si quiera a decirle algo. Pasaba la mayor parte del día durmiendo… Era solo en sus sueños en donde podía volver a tener a su princesa entre sus brazos, era solo ahí en donde podía hablar con ella, besarla y amarla de nuevo. Una noche antes de irse a dormir se levantó a abrazar a su padre y le pidió que dijera a su madre que lo perdonara por causarle tantas preocupaciones, que la amaba también y que la llamaría pronto. Su padre lo miró profundamente y sonrió alegrándose porque finalmente su hijo se había puesto de pié y le prometió llamar a su madre la mañana siguiente. Los ojos de David estaban demasiado cansados para seguir llorando, por lo que decididamente se entregó al sueño y se encontró con ella: Estaban en un pequeño bosque sin muchos árboles y un lago de azul intenso a algunos metros de distancia. Ella completamente vestida de blanco, tan radiante como siempre, con su cabello cobrizo ondeante y su sonrisa de nubes más  hermosa que nunca.
-Hola mi amor… David corrió hacia su encuentro, abrazó su cintura y se hincó a los pies de su amada. Se quedó como un niño indefenso un rato hasta que finalmente la miró y sonrió con lágrimas en los ojos. –Te extraño tanto Helena… Ya no puedo estar sin ti… Ella se inclinó y besó la frente de David, lo abrazó suavemente. –No quiero que sufras por mi ausencia- contestó ella. –Quiero estar contigo… Así como estamos ahora… Me quedaré… Me quedaré aquí contigo por siempre…Porque es mi destino  y porque te amo. - Soltó David. Helena sonrió y ambos se levantaron; David ahora iba también con ropas blancas. Comenzaron a caminar tomados de la mano tarareando su canción favorita y se perdieron en dirección al lago mientras un par de mariposas volaban junto a ellos y las nubes cruzaban el cielo limpio y sereno.
David no despertó al día siguiente.


  


No hay comentarios: