Al filo de la soledad, recostada bajo el manto nocturno en aquellas horas de angustiosa agonía donde el lamento se hace canción para no dormir mientras el cuerpo hirviente de deseo se apaga con la indiferencia del cansancio y la costumbre de la vida. Es en aquellas noches, dónde los demoníacos ojos del vacío me incitan a mirar bajo la ventana y perderme en el olor de la noche saboreando de cara a cara el cemento pétreo de la calle, fresco y murmurante contrastante al silencio de la madrugada.
Me levanto, respiro, giro, grito, lloro, me elevo en la necesidad taciturna del cambio. Esa loca necesidad de libertad, de amanecer un día con la trigueña sonrisa rebosando el corazón nuevamente. Y todos los miedos desbordan y se apilan y burbujean y explotan en la cabeza agridulce y llena de la idea de salir corriendo a algún lugar que no existe. El corazón delator retumba en los oídos gritando de miedo y las manos frias arrancando con fuego los cabellos deshebrados de dolor.
Y me voy... Me abandono en las lágrimas de mis ojos cansados mientras yo misma me calmo diciendo respira... Ya volverás... Ya volverás mi niña... Porque después la muerte, siempre viene la vida...